Todo comenzó de forma exaltada. Escuché que Roxana lloraba en la cocina. Era muy temprano y el frio no me dejaba salir de la cama. Me volví a dormir pero al minuto, Roxana estaba a mi lado diciéndome:
- Exequiel, vi una rata, era horrible y grande – me di cuenta que Roxana verdaderamente lloraba-; se metió por un agujero en el techo.
Entendí que tenía que hacer algo, me levante inmediatamente tirando la colcha hacia delante. La rata ya no estaba y Roxana me señalo el agujero. Le dije que lo taparía y que cuanto antes compraría un veneno efectivo. Me dijo que ahora tenía mucho miedo de hacer el desayuno, le respondí que la rata tendría más miedo aún. Bromee un poco, como suelo hacer cuando la situación se pone tensa, eso casi siempre funciona; cuando percibí la tranquilidad en la casa, me fui a dormir media hora más.
Cuando me levante ya era casi media mañana. Roxana ya se había cambiado para salir y tenía un semblante sólido, como si nunca hubiese llorado en su vida. El desayuno estaba servido y lo digerí con gusto. Luego, me di una ducha de agua caliente, me senté en la cama, me vestí y finalmente, entre al estudio –una habitación contigua al dormitorio-, para empezar mi día.
Roxana ya no estaba y solo, podía ser libre de verdad. Ordené papeles, imprimí unos informes, respondí correos, abrí algunos libros y tapé el agujero del techo con un bollo de diario. La mañana transcurrió rápida y rutinaria. Todo el día fue nublado, y hacia el mediodía, con las pocas aberturas dibujadas en el cielo, salí al patio a calentar mi cuerpo con las filtraciones de los rayos del sol.
Luego del almuerzo, quise echarme otra vez en la cama. Cuando el estómago se mueve, la cabeza se detiene. Hice un esfuerzo para no perecer y al rato, me vi otra vez sentado en el estudio. Me di cuenta de que toda la mañana había estado en silencio, presenciando solo el sonido de los autos transitando por una avenida céntrica. Prendí la radio que estaba en el pasillo, hacia mis espaldas, para escuchar temas de actualidad -actualidad son las noticias que todos los programas, de diferentes formas, cuentan-. Hace un tiempo decidí bajar mi dosis diaria de informativos. Ahora elegía entre la mañana, la tarde o la noche. Sintonice un programa local. Un hombre de voz áspera, decía:
- En este momento se está vallando la legislatura provincial. Se esperan protestas para la tarde del día de hoy. Los diputados estarán sesionando en el recinto.
Aquello llamó mi atención. Sabía, que en los últimos días, el clima en el espacio público estaba tenso, pero de allí a vallar un edificio público como la legislatura, en una provincia donde nunca se movieron mucho las moscas, me pareció raro al punto de llevarlo a la categoría de histórico. Quise saber más y llamé a uno de los pocos amigos que me quedaban en la ciudad; ciudad que ya la había dejado hace tiempo.
A Diego, lo conocía desde los tiempos de la universidad, en la facultad de Derecho. Ambos pertenecimos, a una agrupación estudiantil liberal de izquierda, que buscaba reivindicar la autonomía personal y el autogobierno colectivo. Queríamos introducir en la discusión académica al pensador John Rawls. Instamos a que los programas de algunas materias lo incluyeran en sus bibliografías, que la biblioteca de la facultad comprara sus libros, y organizábamos charlas donde se discutían sus ideas. No éramos muchos, pero sí que teníamos fuertes convicciones.
La diferencia en nuestra recepción fue de tan solo seis meses. Cuando yo me gradué, inmediatamente me fui a estudiar un posgrado en derechos políticos a la capital del país. Había conseguido una beca gracias a los contactos que tenía con los integrantes del centro estudiantil. Mi relación con ellos se debía, mayormente, a compartir varias noches de peña, donde la cosa se movía entre la guitarra y el fogón. Diego se había quedado en la ciudad. Tenía una mayor necesidad de trabajar y hacer dinero, antes que seguir estudiando, escribir, participar en congresos y cosas de estilo académica. La virtualidad nos permitió seguir conectados y supe, que después de varios derroteros en su vida, terminó obteniendo un puesto en la legislatura provincial como asesor. No digo que ello no me extrañó un poco; a menudo, en nuestras conversaciones sobre la coyuntura actual, solíamos ser muy críticos del gobierno de turno, que había sabido concentrar el poder a base de empleo público, pauta oficial, fragmentar a la oposición, capturar la justicia y hasta censurar opiniones, por más de veinte años. Cuando éramos estudiantes, en varias oportunidades, a veces, a altas horas de la noche y un poco borracho, le decía:
- Diego, quiero tener una vida académica al menos por diez años. Leer todo lo que pueda. Escribir artículos, hasta quizás algún libro. Participar en conferencias, codearme con intelectuales de zapato y cigarro, dar clases. No me importa no tener mucho dinero. Podría aguantarme eso por 10 años; relativamente todavía sería joven -Diego asentía con la cabeza-. Luego, regresaré y me dedicaré de lleno a la política. Empezaremos con un partido municipal e iremos abarcando tantos municipios como podamos hasta hacernos un partido provincial. Vamos a desterrar este gobierno totalitario. Nuestras células de propaganda serán los centros culturales. Tendremos que abrir todos los centros culturales que podamos y desde allí, hacer política. Pero Diego, después de 10 años. ¿Está bien? -Diego asentía con la cabeza-.
Ahora, Diego tenía un vehículo, se veía en fotos que viajaba seguido, vestía buenos trajes y lindas camisas. Su grupo social era diferente y su impronta había cambiado mucho. Sin embargo, estaba seguro de que a mí me hablaría a calzón quitado; después de todo, la consistencia humana se procesa en la infancia y la juventud.
- Hola Diego. Estoy en la ciudad. He llegado hace cinco días. Busco resolver temas familiares. ¿Qué ha pasado con el gobierno, se le ha escapado la tortuga?
- ¡Exequiel! No avisaste púe. Y mira, las cosas aquí se han complicado en un contexto global que no ayuda mucho.
- ¡Ajá!
- La crisis mundial hace mella en países periféricos como el nuestro, dónde el orden económico internacional nos obliga a ser importadores de crédito para poder importar bienes industriales y exportar, moderadamente, materia prima a países centrales. –Me di cuenta que Diego quería exponer un asunto que lo habíamos leído en un ensayo de Terragno. Recuerdo que el texto empezaba con una cita de la biblia: “el rico señorea sobre el pobre, y el que toma prestado es siervo del que presta”. Pero yo no quería tener una conversación larga y abstracta, así que le pregunte de nuevo:
- ¿Qué pasa con la provincia? ¿Y esta tarde en la legislatura?
- Y mira, los salarios públicos aquí se han atrasado mucho. Basta tomar como parámetro los sueldos de las demás provincias de la región. Con el aumento del costo de vida de los últimos meses, la situación se ha vuelto insostenible.
- ¿Y en la legislatura?
- Hoy hay sesión. Se espera una marcha y ya empezaron a vallar el edificio por lo ocurrido semanas atrás.
- ¿Y de que hablaran los representantes en este contexto?
- Y mira, hay un poco de negación a la vez que confusión. Al menos hoy, el conflicto no tendrá solución.
- Gracias Diego. Tengo que colgar. Hablamos luego.
- Bueno. ¿Te veré en la protesta hoy?
- Tu no, pero quizás yo te vea a vos. –me reí y escuché risas del otro lado -.
- Hablamos.
- Dale.
Colgué el teléfono, observé el reloj analógico situado arriba de la ventana, sobre mi frente a unos tres metros, y la aguja larga ya casi marcaba las 4 PM y punto. Para las 5 había quedado con Roxana en encontrarnos por el centro para ir a registrar un acampe, motivo de los mismos reclamos que hablaba con Diego, en una de las avenidas principales de la ciudad. La propuesta de tal actividad no fue mía, sino de Roxana. Allí, recordé que esa era una de las cosas por la que seguía estando con ella. Ahora, cuando la buscaría, le contaría toda mi conversación con Diego, y que no iremos al acampe, sino a registrar los hechos en la legislatura. Me volví a duchar con agua caliente, me senté en la cama, me vestí, agarré el paraguas y subí al auto. Aun no se había ido el sol, pero el día estaba oscurecido, hacia un poco de frio y lloviznaba finamente pero lo suficiente para humedecerte la ropa.
Dejamos el auto a unas 10 cuadras y fuimos caminando hasta el lugar. Roxana estaba equipada con ropa de lluvia, es decir con un piloto y unas botas bajas. Todo en ella era negro. Yo, al contrario, vestía como casi siempre. Jean, camisa y zapato de cuero. Cuando llegamos, efectivamente el edificio estaba vallado por completo. Había cierto espesor en el aire que se percibía con facilidad. Se oía el murmullo de mucha gente, al parecer con expectativas, que hablaba en grupo, o sola con su celular, mezclando conversaciones y formando un solo ruido del que ambos nos volvimos parte. La manifestación venia en marcha y entendimos que estábamos en terreno aun fértil. Compramos un café y sacamos unas fotos al espacio, casi vacío aun, mientras, los tambores roncos de la multitud se hacían más y más oíbles.
La marcha era pura potencia, energía que llegaba hasta el cielo, salpicaba el suelo convirtiéndolo en resbaladizo, casi con movimiento. Nos acercamos unos metros antes de que llegaran al edificio. Le indique a Roxana que debería sacar fotos de diferentes ángulos, pero ella estaba como ensimismada, sin moverse siquiera, disparando con la Nikon desde una sola esquina. Era una columna de aproximadamente 6 o 7 cuadras, y antes de que lleguen los últimos, nos dirigimos hacia el frente de la legislatura a sentir la presión de la masa humana en el pecho.
Había unos pocos policías detrás del vallado. Los manifestantes se dispusieron a empujar las vallas que cubrían la entrada al edificio de una forma algo violenta. Algunos gritaban, otros, aplaudían y golpeaban cacerolas e instrumentos de percusión. Realmente allí había mucho ruido. Roxana se metió entre la gente a seguir registrando el momento, yo me quede atrás, buscando observar todo como un arquero. En las oficinas del edificio, había empleados apoyados a los vidrios, viendo lo que pasaba. Una chica que estaba sentada sola en un monumento en diagonal a mí, fumaba y miraba hacia el rio, dando la espalda a lo sucedió.
La manifestación duró aproximadamente dos horas. Nos alejamos solos por las calles laterales en busca del auto. Roxana me abrazó y yo hice lo mismo. Nos quedaba ir a un concierto de música clásica en el centro de la ciudad. Decidimos que sería buena idea ir a buscar una botella de vino a la casa que alquilábamos, no muy lejos de la zona. Fuimos hasta allí. En el camino, le pregunte a Roxana si le había gustado lo vivido; me respondió que estuvo bueno, sonriendo y mirando hacia el frente. Estaba feliz de vivir aquello con ella. Cuando llegamos, bajé, busque el vino, observe el agujero en el techo y volví al auto. Por nuestra necesidad alcohólica, ingresamos tarde al concierto. El lugar estaba lleno y tuvimos que conformarnos por estar en las últimas filas, parados y no muy cómodos. Pasamos un buen rato ahí adentro, hablando bajo, tomando vino y escuchando música clásica. A mí me dio ganas de irme antes. Roxana me dijo que estaba bien, pero que escuchemos una canción más. Sonó “Las cuatro estaciones” de Vivaldi.
Afuera, la temperatura descendió mucho y la ciudad experimentaba un ambiente estresado, como de guerra. Esta vez abracé a Roxana yo primero. Subimos al auto y nos fuimos a descansar.
Al otro día, me desperté con mucho frio, realmente. Roxana no estaba a mi lado y no escuché nada sobre ratas. Abrí la ventana de la habitación y el día, cubierto de nubes negras, estaba horrible, realmente. Salí de la pieza y me di cuenta, que ya no estaba en aquella casa, con patio y estudio, alquilada con Roxana en mi ciudad natal. Al parecer era una pieza de hotel; lo identifique por el pequeño cartel colgado en el picaporte de la puerta de entrada, que estaba al final de un corto pasillo. Volví a la habitación y mire mi celular. Tenía un mensaje de un número que no tenía agendado.
- Hola, ¿venís al congreso? Recién inicio.
Volví a mirar por la ventana, pero esta vez de manera recta y no hacia arriba. Observe una multitud de casas bajas, rodeadas por montañas largas y rojas, relativamente lejos. Me senté en la cama en un completo silencio. Empecé a sentirme solo al tiempo que sentía que el mundo se expandía más y más.