Hola, ¿cómo andás? ¿Cómo estás vos?
Yo ahora estoy sentado en mi escritorio. Seguramente escucharás el ruido de los autos en esta avenida tan transitada. No puedo hacer nada para evitarlos. Perdón.
Ya entendí que la vida no es tan rápida y sencilla como nos gustaría. A veces un cascote se te cae al lado, y a veces se te cae a vos.
Nos vamos a juntar con el abogado de la otra parte, con la parte, y queremos que vos también seas parte. Muchas partes me confunden porque tengo que sentir cada lado. Además, te imaginarás que no esperaba ingresar al verano con esta propuesta. Es cierto, en eso se parece mucho al año pasado. No lo voy a hacer. No lo voy a hacer. Un abogado no se acerca al cliente de la otra parte. Es una cuestión ética.
Deberías bajar un cambio, no seas tan jodido, me decía con su cuerpo de lado. Vos deberías subir uno; pero si podés, subí dos.
¿Y qué tal la nena? La que salta, la que se divierte, se excita, se cansa. La agarran, la manipulan, la cosifican, la sacrifican, la lastiman.
Como una herida abierta entre las piernas. Una sorpresa buscando la necesidad del sorprendido más puro, más espeso, como el shampoo.
Mi proyecto salió. Pude alquilar la casa. Pinté las paredes; no sé si a vos te gustaría el color. Aquello era nuestro proyecto. Vos ibas a hacer la cama, yo no sé hacerla. Con suerte, nos iba a alcanzar para ir todos los años a la montaña. Y con más suerte –al menos para mí– íbamos a comprar una casa en Valeria del Mar. Yo podría escribir en una mesa de madera y vos cantar al viento. Yo podría nadar en el frío y vos tomar sol en lo tibio.
No soy eso que pensás en tus sueños, echada en la cama, acostada, horizontal, doblada, con las tetas en la cara.
Muchacha de ojos grandes y tristes, y de sonrisa cansina. Yo te quiero por lo que sos, escuchá bien lo que digo, por lo que sos, no por lo que hacés. En el mundo de la apariencia, del parecer, yo te quiero por tu ser. ¿Acaso no basta eso?
No soy eso que pensás en tus sueños. Yo no me arrepiento por lo que no fue. Todo lo contrario, vuelvo allí para aprender y crear las condiciones necesarias para que las cosas sí sucedan. El problema es el pasado y su obsesión de manchar el papel en blanco, instaurando su conversión al futuro. Es un problema universal, no es personal, ¿entendés?
Entonces... me enciendo un cigarrillo, voy a trabajar, leo un libro, caliento el agua, voy al bar, al teatro y al cine que no hay, tengo sexo de vez en cuando, transpiro, me divierto, me aburro, estudio, escribo, me enciendo un cigarrillo.
¿Cómo fue tu inicio de año? Es una pregunta un poco boluda. No creo en los inicios de años, solo creo en los inicios del día. El sol que entra y el sol que sale. Siempre es lo mismo. La vida es lo mismo. Igual te respondo en esos términos: mi inicio de año fue malo, y en las próximas horas se puede poner aún peor, si es que no usaste mi mantel en la mesa.
Muchacha de ojos grandes y tristes, y sonrisa ardiente. ¿Me conocés? En realidad, ¿sos tan osada para afirmar eso, para esa sentencia?
Un perro ladró. Salí a la calle, lo vi, estaba en una esquina. Me acerqué, lo analicé, lo acaricié. Espanté sus moscas. Sus ojos rieron con un blanco viejo en el fondo. Estaba enfermo. Lo noté por sus uñas largas y sus orejas gastadas.
Mis ojos no rieron.
La de la imagen es la blanca. Una perra que reemplazo a la negra. Es una sobreviviente. Tiene una gran historia de vida.
Qué poco dormí anoche.
Verte a vos fue como tomar cocaína, pero sin la afectación nasal.
Me levanté a las 5 de la mañana, con el amanecer y el canto del pájaro que siempre me está molestando. De seguro es porque trato de imitarlo.
La mañana está fresca. Me corto una manzana antes de calentar el agua para el primer mate de un día extraño. De a poco me fui acostumbrando a los días extraños, a la incerteza latente, a la emoción violenta, a vivir con el corazón llevado en la mano.
¿Te imaginás? Llego, me siento y pongo el corazón en la mesa, a mi lado. Decime, ¿quién resiste esa imagen? ¿Vos?
La mañana está fresca. Yo estoy fresco. Es el mejor momento para escribir; Hemingway tenía toda la razón.
Esta vez confieso lo bien que te vi. Fue la posición, el ángulo de observación, la perspectiva. Todo es perspectiva, todo es procedimiento; no importa qué hacés, importa cómo lo hacés.
Fue extraño verte ahí. Creo que, de algún modo u otro, yo mismo creé la escena. Las luces, las posiciones, los artefactos, la noche.
Y no, no lo digo por soberbia, que por suerte poco me queda; lo digo porque estoy buscando entender la casualidad de la vida. Pensá… cuántas acciones se tuvieron que dar, y además de tan distintas personas, para que esto suceda.
Buscar no es lo mismo que encontrar, y yo no suelo andar buscando. Dame la derecha, sabés que en esto no miento.
Confieso. Ya no me duele el mundo. Te juro que no; solo me di cuenta de que en la abundancia no se puede elegir, uno se confunde.
Desde arriba, desde el cielo, qué bien te veía, y aunque me invitaron a bajar al suelo, no lo hice por respeto.
Cuántas cosas he dejado de hacer por respeto, que ahora me pregunto si valió la pena. Como también me he comportado sin respeto; conozco su arrepentimiento, y eso me consuela.
Estuve poco tiempo allí, tal vez 9 o 10 minutos. Fue suficiente; la toma era para mí muy chata, solo una superficie y, además, muy pequeña.
Te vi sonriendo. Eso me alegró, pero al mismo tiempo me entristeció al no ser yo con quien lo compartías. Sé que estuve allí, y me salí, con consentimiento, pero no sé. La vida es compleja y extraña.
Todo el mundo es empático, siempre y cuando el mundo sea empático con él. A mí ya no me joden.
Observé todo a mi alcance. Lo que bebía la gente, el material de las sillas, qué tenía puesto la cantante que se presentaba, las plantas del fondo. Te observé a vos todo el tiempo: tu corte de cabello, cómo te lo recogiste, el anillo en tu mano, tu boca, tus muecas, esas zapatillas antiestéticas, tus dientes, tu camisa. Te observé tanto que me fui, como un caballero, sin molestar a nadie, sin avisar a nadie. Solo yo fui el visitante.
Durante casi todo el día estuve ocupado entre cables y filamentos.
Hacia la tarde, un par de horas antes de que caiga el sol, bajé al río con la intención de nadar.
Todavía cargaba la extrañeza del día. Me gusta nadar por la respiración, porque puedo no pensar debajo del agua, porque siento todo el cuerpo, porque me estiro, porque siempre me cuesta llegar a la orilla, a la costa, a la tierra.
Apenas hago contacto con el agua, un tipo me saluda y me dice que yo le recuerdo a alguien. Ya no sé si esto es una excusa barata de conversación o realmente tengo gente parecida en todos lados.
Estaba con una embarcación de competición, esos kayaks finos e inestables, pero muy rápidos y livianos.
—Hace años competía, pero ahora solo lo uso para entretenimiento —me dijo.
Tenía un cuerpo de competidor de ese deporte; lo noté por la forma de sus músculos: hombro, pecho, espalda. También noté su delgadez, y por la forma de hablar y relacionar ideas, entendí que en su cabeza había chispazos de fuegos pasados.
—Hace más de 10 años no compito. Me desvié del camino. Ahora solo uso el kayak para entretenimiento, pero lamento no tener aquellos que no se dan vuelta —agregó.
Al tiempo, recordé a un perro que tuve hace muchos años. Se llamaba Paco y estaba afectado por una enfermedad llamada moquillo. La enfermedad había llegado a su sistema nervioso y constantemente lo veía moviendo la cabeza, como espantándose moscas de las orejas.
De vez en cuando a este perro lo recuerdo; es algo así como una inspiración para mí.
Paco se batía a duelo con otro de mis perros, Oso, que no solo lo superaba dos veces en tamaño, sino que era más joven y estaba sano.
En todas las luchas, Paco era vencido y llegó a perder un huevo por eso. Pero Paco jamás se rehusó a un duelo; todo lo contrario, la mayoría de las veces él mismo lo proponía. Se lanzaba, corría hacia la muerte, y cada vez que no moría, porque alguien los separaba, se hacía más fuerte. Por cada herida lamida, él se hacía más fuerte.
Ya sé qué dirán… que solo era un perro loco, con una afectación mental y además sin un huevo, que lo hacía ser autodestructivo.
Para mí, Paco era un concepto. El de estar más cerca de la muerte, te hace estar más cerca de la vida. Como decía Montaigne: “No mueres por estar enfermo, mueres por estar vivo”.
Cuando salí del agua, me paré sobre la arena —aún el sol secaba— a observar el horizonte que el río no regala.
Por eso me gusta el mar, porque se puede observar sin obstáculos, a lo lejos, una línea de fuga, un barco que desaparece de a poco, sus velas blancas que se esconden, la mímesis entre el cielo y el mundo, por un mundo que es redondo, que es un círculo. Como todo, por eso todo vuelve, se repite, es cíclico, y por eso creo en los amores eternos, por eso aún me aferro a un absoluto que sostiene todo aquello que es relativo.
Crucé la playa, me refugié en la sombra, me senté en un banco; todavía le daba la espalda a la ciudad, que aumentaba en bullicio. Otra vez el mate. Qué día extraño, pienso, y vuelvo sobre la idea de buscar y encontrar: su diferencia, su forma de actuar, de hacer, de encarar una entrada, una salida.
Gente que busca gente, un amor, sexo; drogarse en el baño, una esperanza, un sentido, un líder, una teoría, un pasatiempo, un descontento generalizado.
Otro tipo pasa caminando, me mira y me dice:
—Yo quiero estar así de tranquilo como vos.
Le sonrío sin verlo.
No sé por qué la gente se empeña en comunicarse conmigo, y de esta forma, tan directa, tan precoz. Yo no soy un vendedor. Le atribuyo al hecho de estar solo la mayor parte del tiempo.
Estos días son extraños, y no sé si estoy muy tranquilo.
A escuchar… y bailar. Es el ritmo.
Ya pasó